La columna de José Arnaldo Pérez: Príncipe y Mendigo

El periodista de Al Aire Libre repasó las múltiples dificultades por las que tienen que pasar los deportistas.

Por José Arnaldo Pérez @Chascaperez

El deporte en Chile, al igual que en muchas partes del mundo, demanda una exigencia adicional a la física en los entrenamientos, conseguir los respectivos recursos para desarrollar una actividad libre de preocupaciones. Los casos son múltiples de aquellos que con talento sobresaliente por falta de apoyo vieron una promisoria carrera truncada. En otros casos debieron ellos mismos hacer campañas  ingeniosas para conseguir dinero. Y en varias oportunidades, y por duro que suene el término, actuar casi como un mendigo, suplicando por fondos que le permitan participar. Y allí lo curioso, luego del éxito, fruto de tantos sacrificios, se convierten en una celebridad, casi con el estatus de un príncipe. Pero luego de ello los hechos te llevan nuevamente a seguir la lucha para continuar participando.

En los últimos días se pudo leer en la prensa uno de los tantos  casos que refleja la realidad del antes y el después de los deportistas que no son parte de la alta profesionalización, pero de todas formas disputan Copas Mundiales y Juegos Olímpicos para sus respectivos países. El judoca peruano Fernando Ferreyros, que está avecindado en Chile, y pese a ser el primer deportista de su país en participar en los Juegos, en Los Ángeles 1984, hoy maneja un taxi, en vez de ser parte de un plan deportivo donde traspase su experiencia a las nuevas generaciones.

La vida del deportista, aunque sea en disciplinas colectivas, sigue siendo solitaria. Autoexigencia, rigor y sacrificios silenciosos son los principales compañeros. Y, lo peor, soportar los comentarios malintencionados y desinformados. Resulta irritante saber que hay quienes cuestionan a Joaquín Niemman porque aún no gana un torneo del en el PGA, siendo que con lo que ha hecho en pocos meses es ya el mejor golfista de nuestra historia.

A propósito de “príncipe”, lo hecho por Nicolás Jarry merece aplausos por lo alcanzado en Hamburgo, y tristeza de paso porque parecía cerca la final del torneo alemán. Pero de allí a enojarse, hay mucho trecho, molestias que no tienen bases tan sólidas.

Todos queremos ver a los nuestros ganando. Por eso se les exige. Pero aquí nace la pregunta. De verdad qué se hace para que ellos ganen. En un estudio sobre los hinchas se habló  de la postura parasitaria que éstos tenían, ya que disfrutan del éxito, del cual rara vez han sido parte en su proceso, y el insulto y enfado nacen gratis cuando no es el momento de las alabanzas de la victoria. Por eso se debe valorar aún más lo que logran los cultores de las otras disciplinas ya que con poco hacen mucho. Aplausos a granel por ende a los primos Marco y Esteban Grimalt que luego de tanto recorrido silencioso han subido y subido en su carrera, y en otro hito inédito lograron este fin de semana el título en Tokio en el Tour Mundial de vóleibol playa luego de derrotar en la final a los serbios Stefan Basta y Lazar Kolaric por parciales de 21-12 y 21-17. ¡Simplemente histórico! Lima 2019 y Tokio 2020 nos hacen ganar en fe e ilusión

La apuesta de la federación de vólei, no siempre bien oída por los auspicios, apunta alto, y la contratación del brasileño Paulão como Head Coach va en esa dirección, ya que además de haber sido campeón olímpico el '92 en Barcelona, en su rol de adiestrador obtuvo la plata con Italia en Río 2016.          

Pero este rol de esfuerzo y silencioso no sólo es propio de países en vías de desarrollo, como el nuestro. En Europa también hay historias de aquellos que de un lugar secundario saltaron al éxito y coronaron sus sacrificios.  Y en los Estados pequeños del “viejo continente” se disfruta por igual con los que logran triunfos. El galés Geraint Thomas es un héroe en su país.

 

Si bien en las grandes citas deportivas ha cosechado preseas de oro compitiendo por el Reino Unido, las que conquista a título personal y ponen el nombre de su patria en lo alto generan celebraciones a destajo.  Thomas es de la élite, está en uno de los mejores equipos de ciclismo, pero eso mismo le hace compartir con otros de igual o superior  estatus. Sin ir más lejos la megaestrella de Sky es el multicampeón Chris Froome. Pero Thomas dio el batacazo, derrotó a su majestad y compañero de escuadra, y se coronó en el Tour de Francia, señalando que le cuesta asimilar lo que ha conquistado, una suerte de sueño cumplido. Y haciendo el paralelo con la eterna novela de Mark Twain, invirtió los roles y puede decir con propiedad a sus felices compatriotas “yo soy el príncipe de Gales”.

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