Capitán de raza
El mérito de Hans Gildemeister fue que se tomó la capitanía en serio y acá en Estados Unidos se sigue notando su mano.
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Por Rodrigo Hernández desde California
Cuando Hans Gildemeister asumió como capitán de Copa Davis en septiembre pasado no faltó quien dijera que había mejores opciones. Que estaba alejado del circuito, que no conocía a los rivales y que hasta había colgado la raqueta como senior porque el tenis ya no le apasionaba.
Tenía el aval del equipo, el respaldo de la Federación y el reconocimiento del medio por su estirpe copera como jugador. Aunque al mismo tiempo los viudos de Horacio de la Peña arrugaban la nariz. Una minoría, de puristas, para quienes el responsable del equipo debía estar vigente en el tour. Pero Hans, conciente de la responsabilidad, se preparó como un profesional del cargo. Y su primera medida antes del juego con Pakistán por el repechaje al Grupo Mundial fue viajar al US Open para su reencuentro oficial con el circuito.
Se podrá discutir la influencia del capitán. Hay quienes dicen que ganan partidos, otros que no inciden mayormente porque los jugadores actúan solos durante todo el año y están preparados para adaptarse al rival y los vaivenes del partido. El mérito de Gildemeister fue que se tomó la capitanía en serio y acá en Estados Unidos se sigue notando su mano.
Primero acompañó a los jugadores en el Masters Series de Miami donde además de seguir atentamente los partidos de Nicolás Massú, Adrián García y Paul Capdeville no perdió de vista a Andy Roddick, James Blake y los hermanos Bryan. Su misión no sólo consistió en estudiar a los suyos y las debilidades del rival, sino que jugó un rol estratégico. Catalizó las emociones de sus jugadores.
A Massú, por ejemplo, lo invitó a cenar después de perder ante Radek Stepanek, le dijo que su derrota fue un accidente, que estaba jugando en un gran nivel y que con una buena preparación sobre el pasto de Misión Hills el milagro de vencer a Estados Unidos podía convertirse en realidad. A González, en tanto, le expresó su confianza y comentó a quien quisiera escucharle que el número uno de Chile podía volver a rendir en un alto nivel sobre césped. Del mismo modo que en Wimbledon el año pasado cuando alcanzó los cuartos de final.
Astuto como en su época de jugador, Gildemesiter hizo este viernes en Mission Hills una jugada maestra. Se propuso conseguir las canchas oficiales de entrenamiento tres días antes de su cesión oficial. Tomó el auto, habló con el director a cargo del country club y consiguió la autorización pese a la incredulidad de parte del equipo. Un avance realmente significativo porque las pistas alternativas del PG West Country Club donde practicaron el jueves poco y nada tenían que ver con la sede del match.
Este sábado, pese a tener una rodilla a la miseria producto de una lesión de meniscos, Gildemeister no sólo dirigió la práctica también agarró el canasto de pelotas y entrenó a sus jugadores. Estaba prendido. Al punto que cuando los jugadores descansaban le pidió a Horacio Matta, su ayudante técnico, que le lanzara pelotas. Si hasta dictó cátedra sobre cómo volar en pasto, aunque cuando tuvo que hacer una demostración su caída fue bastante menos decorosa que la de sus jugadores: Ja, lindo guatazo, le dijeron a coro.
Así es Gildemeister. Chofer, entrenador, motivador. Un capitán que evita las autorreferencias. "Los protagonistas son los jugadores, sólo si me preguntan les cuento una que otra anécdota", dice. Definitivamente se siente a sus anchas en el puesto y ya le tomó el gustito, porque, pase lo que pase ante Estados Unidos, es un hecho que permanecerá en el cargo al menos una temporada más.