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Jamón y huevos

La selección se fue anoche a Caracas. Para este martes se anuncia la llegada de Argentina al Hotel Mara Inn de Puerto Ordaz, que en la puerta del restaurante, casi como una burla del destino, anuncia jamón con huevos.

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La expresión "curado no vale" la aprendí en la universidad, y servía, básicamente, para expresar que todo acto realizado bajo el influjo del alcohol podía ser exculpado. También era utilizado para aclarar, delante de los amigos, que no podía juzgarse adecuadamente una conquista realizada bajo esas circunstancias.

 

Hoy el Mara Inn está vacío. La selección se fue anoche -y con bastante retraso- a Caracas. Para este martes se anuncia la llegada de Argentina al hotel, que en la puerta del restaurante, casi como una burla del destino, anuncia jamón con huevos. Me dicen -no me consta porque estaba en el partido de México y Paraguay- que los jugadores permanecieron casi todo el día en sus habitaciones y que dieron algunas notas. Que Valdivia, por ejemplo, habría reconocido que tiraron jamón y mermelada a la cara de un compañero y que untaron violentamente mantequilla en los sillones, pero asegura no haber hecho bromas sexistas. Otros integrantes de la jarana anuncian querellas contra los medios de comunicación que se mofaron de la situación. Además, echaron a correr la especie de que la camarera que entregó la versión de lo acontecido esa noche estaba pagada.

 

Debo decir, y esto me consta, que no hay sólo un testimonio. Hay varios. El jefe de seguridad, la supervisora del restaurante y los recepcionistas. Las camareras de las habitaciones también han entregado datos. Bastante más confiables, sin duda, porque estaban sobrios y trabajando. Los otros estaban ebrios -a las ocho y media de la mañana- y, como se sabe, "curado no vale". ¿Por qué habrían de recordar con tanta nitidez lo sucedido si todos nosotros sabemos que en las noches de curda lo primero que se pierde es la memoria?

 

Los que niegan los testimonios le están faltando el respeto no una, sino dos veces a los trabajadores venezolanos del hotel. Primero con ordinarias expresiones proferidas en el restaurante (cosas sucias, créanme) y ahora por insinuar que las víctimas hablan porque les han -les hemos- pagado. Si hablan, señores, es porque se sintieron humilladas, heridas, porque se vieron en peligro y porque uno sólo de los protagonistas de los incidentes fue capaz de pedirles perdón: Rodrigo Tello. Sentidas y dolidas porque creyeron que el afán de los funcionarios superiores era tapar con tierra, con un tupido velo, se acercaron para entregar su versión, aún sabiendo que podrían perder su trabajo.

 

Da lo mismo. No esperaba gestos de nobleza, por cierto. Pero tampoco esta nueva doctrina de salvataje. Recordaba anoche, mientras el bus de la selección se alejaba hacia el aeropuerto, las despedidas tristes de Copa América. Cierta vez, en Paysandú, con un frío polar, logré colarme al interior de una clínica donde estaba internado Xabier Azkargorta, con problemas de presión tras otra dolorosa eliminación. En Cuenca, en un aeropuerto militar donde esperábamos en la loza que la selección partiera, tuve que acercarme, con dolor, a entrevistar al Coto Sierra, que había perdido un penal clave contra los peruanos. Había una dosis de dignidad triste, marchita tras esos sonados fracasos.

 

Los consoladores de siempre sacaban cuentas anoche en el lobby. "Salimos séptimos entre doce, no nos llevamos a la peor goleada del torneo y en cuartos de final todos los eliminados se fueron de boleta. Tan humillante no fue, pero ustedes todos lo exageran". Debe ser eso. La exageración. Ahora que estamos solos en espera de la semifinal entre Argentina y México, capaz que me tome unos tragos, para olvidar lo que ha pasado. Total, curado no vale.