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Creo que Carlitos me saludó

Al final, aún apasionados por el triunfo y la remontada de Chile, Carlos Bianchi, que está a mi lado, hace un gesto milimétrico con la ceja izquierda que quiero interpretar como un saludo.

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Por Aldo Schiappacasse desde Venezuela.

 

Terminado el primer tiempo, en medio de la tribuna de prensa, las caras eran de sorna. Jorge Campos, el ex arquero de la selección mexicana, preguntaba como al voleo hacia el puesto de transmisión de los chilenos que carajos pasaba con Fernández, mientras Luis Omar Tapia, el chileno que relataba para ESPN, ahora dice que el fútbol es "el juego más lindo del mundo" para la TV Azteca, pero no se olvida de ese gesto, inequívoco, a mano inclinada que nos señala que la cosa está bien mala.

 

Al final, aún apasionados por el triunfo y la remontada, Carlos Bianchi, que está a mi lado, hace un gesto milimétrico con la ceja izquierda que quiero interpretar como un saludo. El Virrey, desde las alturas, no consideró ni siquiera necesario mirar durante la humillación, pero ahora, pagado por Televisa, se apronta a mirar México-Brasil con el dulce sabor en boca de haber visto un buen aperitivo de preliminar.

 

A ratos pienso -en los tacos de la Costanera, mientras veo películas francesas o fumo a escondidas en el baño de la empresa- que la saludable relación que llevo hace tantos años con el fútbol se debe a que de tanto en tanto me da placeres inesperados y que, como suele ocurrir en las relaciones, hay muchas cosas que me son imposibles de explicar.

 

Nelson -Don Nelson- por ejemplo, se equivocó con alevosía en la conformación del equipo preliminar. Entre las muchas cosas que se dijeron de madrugada en este hotel en medio del éxtasis de la victoria, estuvo que no se había animado a sacar a Matías y a Navia, dos tipos de temperamento difícil y trayectoria probada del cuadro titular. Puede que sea cierto, pero se atrevió a sacarlos en el entretiempo, lo que en rigor aún no nos bastaba, porque Ecuador era bastante más.

 

Fue el minuto mágico en que el "calvo estratega" (prometo decirlo una vez por columna) decidió que había que saltar al abordaje, apostar con audacia ante la inminente derrota y confiar en los ases que suele tener en su incansable galera de la buena suerte cuando el entrenador salvó el partido, la Copa América y, cada vez con más seguridad, su puesto.

 

Son cosas que pasan. Créanme. Fue justo en ese minuto cuando el tiempo se detuvo y uno pudo ver, como en Matrix, como los ecuatorianos, sin Carlitos Tenorio, el ídolo de Qatar, se quedaban como en banda, se replegaban y se rendían ante la hueste comandada por un Suazo inspiradísimo.

 

Ya relajado, echado para atrás en el asiento mientras veía la debacle de Dunga y la impresionante demostración de México, disfruté sin culpas ni remordimientos del momento increíble. Miré de reojo al Virrey -a Carlitos Bianchi, mi amigo- y me arrepentí no haberle dicho en el entretiempo, con voz fime y segura: "No me mire en menos, compadre, que ahora se vienen Gonzalo Lorca y Carlitos Villanueva a darnos vuelta el partido". Habría quedado como un príncipe.